jueves, 6 de noviembre de 2008

Miedo

El sargento nos miro a la cara a cada uno de los supervivientes de aquella primera toma de contacto con las balas enemigas y se detuvo en frente a mi. Aquella mirada penetrante parecía leerte la mente y saber que estabas muerto de miedo, aquellos ojos se me incrustaban mientras digería mi primera batalla contra las tropas nacionales de la madrugada del 4 de Agosto de 1936. Me miró de arriba abajo y dijo:
. - ¡USTED! – Gritó salpicándome de saliva - ¿Por qué se quedo quieto en ocultado en una zanja mientras sus compañeros tomaban el puesto enemigo? - No se por qué lo hice mi sargento…-dije ruborizado y titubeante - ¡NO ME DIGA ESO! – Volvió a gritarme – ¡No me diga que no lo sabe! Saque orgullo y diga a sus compañeros por qué los abandonó en la pelea. - Mi sargento…- comencé – tenía miedo… - ¡NO LE OIGO SÁNCHEZ! – me apremió - ¡SENTÍ MIEDO, MI SARGENTO! – respondí - ¡No, no es una excusa! – Dijo el sargento desgañitándose por completo - ¡Me importa una mierda que usted esté asustado! Estábamos todos asustados, todos lo seguimos estando. La única razón por la que usted se escondió en aquella maldita zanja, mientras dejaba que le cayera toda la artillería nazi a sus camaradas, es porque tiene esperanza. ¡Pero tiene que darse cuenta de una vez de que está muerto! ¡Todos estamos muertos! Se volvió para mirar al resto del grupo y empezó a pasear entre nosotros. - ¡No lo olviden! – empezó de nuevo y me miró – Todos estamos muertos. La única razón por la que el Cabo Sánchez se quedó en aquella zanja, es porque pensaba que hay esperanza. Pero Cabo, la única esperanza es que acepte que ya está muerto. Cuanto antes lo acepte, mejor rendirá como soldado, como se supone que debe de actuar un soldado: Sin miedo, sin piedad, sin compasión y sin remordimiento. Todas las guerras dependen de ello… Una bomba cercana interrumpió las palabras del Sargento Bermejo. Con un solo gesto de su mano, nos movilizó a los 22 supervivientes de la 5º compañía de la columna Durruti hacía una pequeña gruta, y allí fue dónde pudimos descansar por unas horas y quitarnos la mochila y casco que pesaban mil rayos. Me acurruqué junto a mi compañero Santiago que estaba en la entrada de la gruta haciendo guardia, me tendió su cantimplora y di buena cuenta del agua que tenía, me sequé con la manga de la chaqueta y permanecí mirando el horizonte en silencio. - ¿Y dice el Sargento que tú tienes miedo? – Me miró Santiago sonriendo – Yo estoy si estoy muerto de miedo. Tengo tanto miedo que no soy capaz de acordarme ni de donde tengo las piernas más que para salvar mi culo de las bombas de los fascistas – Volvió a mirarme de reojo mientras sacaba un pitillo - ¿En que piensas Raúl? Tarde unos segundos en contestar. Me incorporé para poder hablar mejor. - Sabes, en mi pueblo antes cuando hablaba sobre mi trabajo la gente contestaba: “Pues si, le va”. Pero aquí, ahora para todos vosotros es un misterio. Nadie diría que yo era profesor de escuela, que daba clases a niños de 10 años y mi objetivo era inculcar a estas personas las razones por las que vivir y el valor de la vida. Así que si ahora os digo que me dedicaba a esto, es que debo de haber cambiado mucho. Me pregunto si habré cambiado tanto, si mi chica me reconocerá cuando sea que vuelva a su lado y si seré capaz de hablarle de días tan sangrientos como el de hoy porque, solo se que cada vez que mato, me siento más lejos de casa. Me paso el día muerto de miedo.
. Santiago no dijo nada. Suspiró reflexivo y asintió en silencio. Dio una calada a su pitillo larga y pausada. Tiró el humo con lentitud y riendo levemente me miró de nuevo a los ojos. - Tú no tienes miedo… – negando con la cabeza – una persona que tiene miedo no se acuerda de sus seres queridos. Una persona que tiene miedo se limita a sobrevivir. Puedes tener muchas cosas…pero Raúl tu no tienes miedo.

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